Hace unos días dialogué en Twitter con varios amigos y amigas (@AbelVicencio @abraxas @aguilareal542 @sistolediastole @iMoggle @dresVILLA @anaschwarz) sobre la situación de las mujeres en Grecia. Prometí que publicaría en este Blog mis pequeños hallazgos y reflexiones sobre este tema, los cuales aparecen en un manual que escribí con fines de capacitación en el Instituto Jalisciense de las Mujeres: "Paradigmas del feminismo".
Les comparto esta pequeña parte del manual, quité las actividades y sólo dejé el texto con la información.
Advierto que no soy historiadora. El objetivo del manual es analizar conjuntamente algunos acontecimientos recogidos en fuentes de lectura accesible, para reflexionar sobre cuestiones de género.
Les doy la más cordial bienvenida a esta pequeña parte de un manual que nunca olvidaré, porque lo escribí un mes después de recuperarme del accidente automovilístico que tuvimos (aquí cuento un poco: http://bit.ly/bevX0C).
¡Saludos!
***
1.1. Relaciones intergenéricas en Roma y Grecia
Antes de enunciar algunos acontecimientos históricos concretos, queremos destacar que en las sociedades occidentales contemporáneas aún existe una tendencia a extender en el ámbito sociopolítico el modelo de los antiguos, especialmente el de la Grecia clásica. Recordemos que para los griegos de aquella época el basamento de la vida política eran las «polis autónomas» o ciudades estado, que simbolizaban libertad de los ciudadanos a través del ejercicio colectivo de la soberanía, que se desarrollaba fundamentalmente en tres aspectos:
1. Deliberar en la plaza pública sobre la guerra y la paz,
2. Concluir con los extranjeros tratados de alianza,
3. Votar las leyes, pronunciar las sentencias, examinar las cuentas, los actos, las gestiones de los magistrados, etcétera (Ballesteros, 2001: 23).
Como podemos ver, esa promoción de la «libertad de los antiguos» fue muy destacada por su capacidad de potenciar la discusión pública y el protagonismo de la ciudadanía en los asuntos de la polis, sin embargo tenía “la limitación de estar reservada a los paterfamilias, es decir, a los ciudadanos varones, adultos y dotados de propiedades” (Ballesteros, 2001: 69). A este respecto se refiere Kathtleen B. Jones, cuando afirma que la tradición homérica propugnó por un modelo de ciudadano-soldado en el que no tenía cabida la mujer. Por otra parte, en la tradición filosófica se estableció un discurso racional que definió las prácticas de la ciudadanía de tal manera que se segregó categóricamente a las mujeres de la vida pública, junto con otras fuerzas materiales que estructuraron la vida política y la ciudadanía, de tal manera que el género femenino quedó «públicamente sin voz» (1988: 279).
Las mujeres no fueron las únicas excluidas de los privilegios que gozaban los ciudadanos libres. Una situación semejante padecían los esclavos, quienes eran en su mayoría de procedencia extranjera, a veces se hacía alusión a ellos como res (cosa) y no sólo como personas. Como podemos recordar, la inequidad no sólo se establece en las relaciones de género, también consiste en no reconocer la dignidad de otras personas por su condición de clase o de raza, como en los casos que acabamos de mencionar.
En los siguientes apartados veremos algunos ejemplos citados por personas dedicadas a la investigación histórica, que nos permitirán reflexionar sobre la dinámica intergenérica que existía en diferentes culturas, concentraremos nuestra atención en las épocas premodernas.
1.1.1. Roma
Es difícil hacer afirmaciones sobre Roma en términos generales, porque el Imperio Romano duró cinco siglos y como toda cultura, tuvo situaciones cambiantes en diversas épocas. Tampoco podemos olvidar que Roma otorgaba la ciudadanía a los países que eran conquistados, por ejemplo, la misma Grecia (148 a. C.). Ciertamente, durante todos esos siglos se fue consolidando una legislación que regulaba las relaciones entre hombres y mujeres, específicamente la organización familiar y el matrimonio. Al Derecho Romano le sucedieron dinámicas sociales que dieron un cierto carácter a las relaciones intergenéricas, mencionaremos algunas para abordar nuestro objeto de análisis.
Comencemos con algunos conceptos básicos del Derecho Romano. Por una parte, la familia era considerada como el conjunto de personas que integraban una domus (casa) y que se encontraban bajo la potestas (potestad) de un jefe único, el paterfamilias (cabeza de familia). El jefe debía ser un varón libre, del cual dependían la mujer, los hijos e hijas de la familia y los esclavos o esclavas (Padilla, 2004: 44).
El matrimonio se concebía como la unión de hombre y mujer con la intención de vivir como marido y mujer. La ceremonia nupcial tenía un gesto simbólico que manifiesta el dominio que ejercía el hombre sobre la mujer: “al llegar el cortejo a la casa del novio se detiene y para que la joven entrara en la domus, solía simularse un rapto, de tal suerte que el novio la levantaba en brazos, sin que los pies de ella tocaran el umbral de la casa” (Padilla, 2004: 56). También se distinguía la situación de ambos sexos, porque el concepto de matrimonium no era aplicable a la mujer, sino sólo al hombre casado, “que adquiere a la mujer una mater para su casa” (Padilla, 2004: 56).
Una vez casadas, las romanas eran llamadas «matronas» y eran consideradas como dueñas de sus casas. Según se ha registrado, aunque su papel era subordinado al de sus maridos, las romanas podían salir a hacer compras, además acompañaban a sus maridos en los banquetes y recepciones. En el ámbito sociopolítico, a la mujer romana “se le cede el paso en la calle, nadie puede tocarla ni citarla a justicia. Puede intervenir como demandante o como testigo en las causas criminales y asiste a los espectáculos públicos” (Cantudo, 2000: 56).
La edad mínima permitida para casarse eran de 12 años para las mujeres y 14 para los varones. Ambos contrayentes debían contar con el consentimiento de los paterfamilias, en el caso de las mujeres era fundamental hacerlo con quien tuviera la patria potestad sobre ellas. Una vez casadas, las mujeres dejaban de estar bajo la potestad del paterfamilias, para estar bajo la potestad de sus maridos. Las romanas debían aportar una dote al casarse, para ayudar con las cargas del matrimonio. La dote pasaba a ser propiedad del marido, pero ella podía recuperarla en caso de divorcio (Padilla, 2004: 52-56). Con el paso del tiempo, el matrimonio se fueron introduciendo prácticas en las que había más paridad entre marido y esposa, “lo que representaba una igualdad en este campo sin precedentes en la historia antigua” (Cantudo, 2000: 51).
Las mujeres en peores condiciones eran las esclavas, quienes eran consideradas como «objeto» y no como «sujeto» de derecho, tenían los peores trabajos pero además la obligación de complacer a sus dueños en relaciones extramaritales (Cantudo 2000: 46).
El patrimonio de los menores de edad se encontraba administrado por un tutor varón, quien debían administrar el patrimonio de sus pupilos o pupilas. Mientras que los hombres dejaban de estar bajo tutela a partir de los 14 años, las mujeres difícilmente dejaban de estarlo, aunque esta situación cambió a lo largo del tiempo y en la época de Diocleciano perdió vigencia (III d.C). Lo que más llama la atención es el fundamento con los cual se justificaba que las mujeres estuvieran bajo tutela, el cual se fincaba en una supuesta debilidad de carácter. Así se hablaba de la mujer como “débil de carácter” o imbecillibus mentis, la traducción literal es “mente imbécil” (Valerio Máximo, 9,1,3); “imbecilidad” o imbecillitas (Séneca, controv 1,6,5); Cicerón habla de infirmitas consili o “ligereza de juicio” (pro Mur 12, 27), aunque paradójicamente Terencia –la esposa de Cicerón- era una mujer autosuficiente que administraba su patrimonio con independencia (en Padilla, 2004: 71).
El divorcio y la infidelidad eran prácticas repudiadas socialmente en la cultura romana, aunque se sabe que al final de la época de la República y en el Imperio fue más habitual que se dieran los divorcios por parte de personas de ambos géneros. No obstante, durante mucho tiempo era peor considerado el adulterio femenino, tal como puede verse en la siguiente expresión: “si sorprendieras a tu mujer en adulterio, puedes matarla impunemente sin formarle juicio; pero si ella te sorprendiera a ti en cualquier infidelidad conyugal, ella no osará, ni tiene derecho a mover un dedo contra ti.” (Aulo Gelio,10, 23 en Cantudo, 2000: 53)
La emancipación de las romanas se fue dando paulatinamente, sobre todo en las mujeres de alta alcurnia (Cantudo, 2000: 63). Se sabe que varias de ellas tuvieron un destacado protagonismo los asuntos políticos, entre ellas Livia fue de las más famosas aunque pasó a la historia con etiquetas estereotipadas negativamente como «femeninas», por el hecho de haber tomado parte de manera “velada” en los asuntos políticos de Augusto y de su hijo Tiberio, según puede observarse: “conocida por sus intrigas palaciegas y por ser, según se dice, la que movió los hilos del Imperio durante el gobierno de su marido, no en vano Calígula la llamó «Ulises, vestido de mujer» (Cantudo, 2000: 60). Por su parte, Atia –madre de César Augusto y Octavia- fue considerada por Tácito el modelo de virtud y como una ejemplar matrona romana. Sin embargo, en la serie «Roma» de HBO es caracterizada como una mujer dominante, agresiva y perversa, tal como puede verse en el siguiente video en el cual discute con Livia sobre quién debe ir en primer lugar en el cortejo:
✩ Video Youtube: Atia versus Livia http://www.youtube.com/watch?v=34X6-sID7z0 ✩
Otras romanas destacaron en el ámbito de la literatura: Perila, Pola Argentaria, quien fue esposa de Lucano; Agripina, la madre de Nerón que influyó para que su hijo ascendiera al trono y dejó escritos sus recuerdos; Sulpicia, que aparece mencionada por Tibulo el poeta y Hostia, la amante de Propercio que fue comparada con Safo (Cantudo, 2000: 62).
1.1.2. Grecia
En varias fuentes históricas se suele afirmar que la “cultivada Atenas” era una ciudad paradójica ya que fue fundada en los ciudadanos «libres», pero las mujeres no gozaban de un mínimo reconocimiento en su humanidad. Mientras que Grecia fue la cuna de grandes filósofos y científicos, era imposible considerar a las mujeres como seres libres, en la mayoría de las polis o ciudades estado. La función de las mujeres era meramente doméstica y se encontraba subordinada al varón, según podemos observar en la obra de Maloney:
La mujer ateniense de la clase ciudadana permanecía confinada en la casa de sus padres hasta que se eligiera un marido para ella (en aquella época sería entre los trece y los diecinueve años); después era transferida a la casa de su marido, donde debía realizar su función principal: dar a luz y criar hijos. De estos hijos (cuatro o cinco como promedio, uno de los cuales moría en el parto), los varones eran criados dentro de la familia; pero por lo general sólo una hija como máximo, sería educada en casa. Las otras hijas probablemente eran abandonadas; si no morían, podían ser compradas como tratantes de esclavas o por prostitutas y preparadas para una vida de esclavitud, prostitución o las dos. Los hombres atenienses tenían una variedad de oportunidades para satisfacer sus impulsos sexuales: chicos jóvenes y otros hombres, cortesanas o hetairai, prostitutas o sus propias esclavas y también sus esposas. La función de la esposa, sin embargo, era primariamente la de prolongar la familia y representar su núcleo básico; la satisfacción sexual para ella y para su marido era una cuestión marginal. La esposa no llevaba vida social con su marido y sus amigos; las reuniones sociales de los hombres, incluso si se celebraban en su propia casa se hacían al margen de ella. Ir a la plaza del mercado o al pozo comunal era una actividad reservada para los hombres o las mujeres esclavas (1991, 409-410 en Etxeberría, 1997: 15-16).
En otras fuentes (Cantudo, 2000: 24-25) encontramos que las mujeres ricas podían aparecer sólo en algunas celebraciones y en los funerales. También se afirma que en muchas épocas, al igual que las mujeres romanas, eran completamente soberanas en sus casas. Vigilaban el trabajo de esclavas y sirvientas, también administraban los gastos del hogar. Por su parte, el hombre ateniense podía tener tres tipos de mujeres:
• La esposa (gunø) para tener hijos legítimos.
• La concubina (pallakø) para el cuidado del cuerpo.
• La hetaira (útaàra) para el placer. Estaba educada para acompañar a los hombres a donde esposas y concubinas no podían ir. Su preparación intelectual era muy superior a las demás mujeres.
A diferencia de los varones, las mujeres tenían un estatus muy parecido al de los niños, “aunque en la práctica no pasaba de constituir una propiedad en manos del varón” (Vidal, 2000: 76). La vida y los bienes de las mujeres dependían totalmente de los varones, aunque éstas podían poseer alguna propiedad, ésta quedaba en manos del hombre que gobernaba su vida. El número de mujeres griegas era muy reducido porque el infanticio femenino era una práctica muy común, lo mismo sucedía en Roma: en recientes excavaciones se ha confirmado que de los infantes arrojados a la muerte a los días de nacidos, la mayoría eran mujeres . Esta situación se extendió tanto que en cierta época llegó a haber sólo un 1% de familias que contaba con más de una hija (Vidal, 2000: 79). Para ejemplificar esta práctica, analicemos la amorosa carta que un tal Hilarión que envió a su esposa Alis, quien se encontraba embarazada:
Sabe que estoy aún en Alejandría y no te preocupes si todos regresan y yo me quedo en Alejandría. Te ruego que cuides de nuestro hijito y tan pronto como me paguen te haré llegar el dinero. Si das a luz, conservarlo si es varón, y si es hembra, desembarázate de ella. Me has escrito que no te olvide. ¿Cómo iba a olvidarte? Te suplico que no te preocupes (en Vidal, 2000: 78).
Las griegas debían permanecer recluidas en el «gineceo», un espacio apartado que se encontraba en la parte posterior de las casas griegas y que solía tener vista al jardín. Sólo las hetairas recibían una cierta instrucción, para tener conversaciones interesantes cuando convivían con los varones. A pesar de que las mujeres no tenían derecho a contar con una instrucción equivalente a la que recibían los varones, se han encontrado evidencias de que existieron mujeres intelectuales, poetas e incluso científicas. La primera de ellas fue Aspasia, la hetaira de Pericles: “sabemos por varios autores que escribió obras de notable contenido y que se codeó con los grandes filósofos de su tiempo. Incluso alguno afirma que fue quien enseñó el método mayéutico a Sócrates” (Cantudo, 2000: 30). Esta mujer fue acusada de impiedad, porque sus opiniones rompían con las expectativas que se tenían socialmente sobre las mujeres.
Una poeta griega que trascendió en la historia de la humanidad fue Safo, originaria de la isla de Lesbos y que ganó el reconocimiento de autores como Platón, quien la denominó «La décima musa». Esta poeta creó un grupo de discípulas que eran instruidas para desarrollar sus capacidades estéticas y poéticas, el cual fue recordado por Anacreonte como un ámbito en el que se propició el amor sexual entre mujeres, de ahí la procedencia de la expresión «lesbianismo» para la homosexualidad femenina. Según Rabanal (en Atehortúa, 2000) la aparición de mujeres tan destacadas como Safos se debió en gran medida a que la isla de Lesbos permitía que las mujeres tuvieran más libertad que en las demás ciudades estado griegas, además tanto Safo como otras mujeres podían participar en actividades políticas, sociales y religiosas. Atehortúa también menciona a Gorgo y Andrómeda como figuras destacadas en la creación de grupos femeninos, como el de Safos.
Otras mujeres fueron discípulas de grandes pensadores: Teano de Pitágoras y Temistia de Epicuro. Hipatia destacó en Alejandría como pensadora y matemática al final del periodo helenístico, fue linchada por un grupo de cristianos por posibles razones políticas –su amistad con Orestes, un rival del futuro Patriarca de Alejandría, Cirilo- aunque también se sospecha de misoginia –odio a la mujer por su condición como tal- por parte del grupo que la asesinó.
No hay comentarios:
Publicar un comentario